Se equivoca quien crea que el caso de los ERE vaya a jugar un papel determinante en los resultados electorales del 25-M. Se equivoca quien considere que la previsible victoria del PP se explique a raíz de este posible asunto de corrupción. Y se equivoca quien piense que el PSOE perderá votos por la cocaína, las fiestas y demás escándalos asociados. Se equivoca, simplemente, porque llueve sobre mojado.
El historial de presuntas corruptelas en Andalucía, tras 30 años de gobierno socialista, es muy abultado. Las denuncias por chantajes, enchufismos, asuntos turbios y de dudosa moralidad se han multiplicado a medida que el PSOE prolongaba su presencia en San Telmo. De ahí, que una parte importante de la sociedad regional considere fundamental la regeneración del Ejecutivo autonómico, el cambio de sillones, la entrada de caras nuevas en la intrincada administración. Hay que levantar las alfombras para limpiar la casa; para acabar con la mierda que permanece oculta en los recovecos de la Comunidad.
Por tanto, el tema de los ERE no debe considerarse el caso fundamental que defina el devenir de los resultados electorales. La previsible victoria de Arenas se decidió previamente –así lo demuestran las sucesivas encuestas que se han publicado en los últimos años-; mucho antes de que saltará a la palestra el caso de los Expedientes de Regulación de Empleo. Aún así, quizás, a este asunto sí pueda otorgársele el honor de presentarse como la puntilla de los socialistas, como la estocada concluyente.
Este escándalo deja muy malherido al PSOE a escasos 50 días de la jornada electoral. Una formación que, además, anda inmersa en una lucha fratricida para ver quién ocupa qué puesto en las listas provinciales. Todo ello, en una campaña que, como muy bien define Juan M. Marqués Perales, parece diseñada por un topo del PP. Últimamente, los socialistas andaluces no aciertan a la hora de elegir rumbo y navegan a la deriva por un mar demasiado turbulento. A pesar de ello, todavía son capaces de avistar el horizonte y, en él, algún rayo de luz y de esperanza en forma de pacto con IU.
El historial de presuntas corruptelas en Andalucía, tras 30 años de gobierno socialista, es muy abultado. Las denuncias por chantajes, enchufismos, asuntos turbios y de dudosa moralidad se han multiplicado a medida que el PSOE prolongaba su presencia en San Telmo. De ahí, que una parte importante de la sociedad regional considere fundamental la regeneración del Ejecutivo autonómico, el cambio de sillones, la entrada de caras nuevas en la intrincada administración. Hay que levantar las alfombras para limpiar la casa; para acabar con la mierda que permanece oculta en los recovecos de la Comunidad.
Por tanto, el tema de los ERE no debe considerarse el caso fundamental que defina el devenir de los resultados electorales. La previsible victoria de Arenas se decidió previamente –así lo demuestran las sucesivas encuestas que se han publicado en los últimos años-; mucho antes de que saltará a la palestra el caso de los Expedientes de Regulación de Empleo. Aún así, quizás, a este asunto sí pueda otorgársele el honor de presentarse como la puntilla de los socialistas, como la estocada concluyente.
Este escándalo deja muy malherido al PSOE a escasos 50 días de la jornada electoral. Una formación que, además, anda inmersa en una lucha fratricida para ver quién ocupa qué puesto en las listas provinciales. Todo ello, en una campaña que, como muy bien define Juan M. Marqués Perales, parece diseñada por un topo del PP. Últimamente, los socialistas andaluces no aciertan a la hora de elegir rumbo y navegan a la deriva por un mar demasiado turbulento. A pesar de ello, todavía son capaces de avistar el horizonte y, en él, algún rayo de luz y de esperanza en forma de pacto con IU.
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