martes, 21 de octubre de 2014

Paciencia nunca pensó que iba a morir

Paciencia es menudita —su rostro apenas asoma tras un enjambre de micrófonos—, pero su figura emerge enorme con cada palabra. En la mañana de este lunes, sus pasos resultan cortos al adentrarse en la abarrotada habitación donde aguarda casi un centenar de periodistas, pero la dimensión de su zancada se multiplica después con cada recuerdo. "Es horroroso ver cada día cómo tu vecino muere, cómo muere el de enfrente", rememora tras unas gafas negras, con voz pausada y firme. Y sentencia: "Era horroroso escuchar sus gritos". Los de quienes, infectados como ella por el ébola, aguardaban la muerte en camillas estrechas o en colchones tirados en el suelo.


Ocurrió en Monrovia, hace apenas dos meses, en un centro para enfermos localizado a las afueras de la ciudad liberiana, donde se hacinaban los pacientes y compartían hasta 60 un solo baño. Allí se recuperó Paciencia. Paciencia Melgar. La religiosa que se quedó allá —o se dejó allá, según se mire— cuando España repatrió al misionero Miguel Pajares. La hermana que se ofreció a venir acá después, ya sana, para ceder su plasma a otro español, Manuel García Viejo, también infectado por el virus. La mujer que, finalmente, aterrizó voluntariamente en nuestro país y donó su sangre para tratar a Teresa Romero, la primera contagiada de ébola en Europa.

"No guardo rencor a nadie por no haber venido antes a España, cuando tenía el virus. Yo no soy española", recalca ante los atentos reporteros. Y añade a continuación, sin permitir que pase un solo segundo: "Hoy me alegro de estar aquí haciendo el bien". Porque, para ella, natural de Guinea Conakry, eso es lo importante. Lo repite. "Ya he donado dos veces. Pero, si me siguen necesitando, estoy dispuesta a seguir donando por el bien común y para salvar otras vidas".

Suena sincera. Se emociona. Y vuelve a recordar esas semanas de vida —de supervivencia, mejor dicho— en el centro de aislamiento para infectados por el virus, a donde llegó tras echarse a la espalda más de 11 años como misionera en Monrovia, trabajando en el hospital de San José. Paciencia deja claro que, durante aquellos días, no pasó miedo. Que "somos hombres y mujeres de Dios". "Que confiamos en un Dios-amor que entregaba su vida por los demás". Que eso le daba fuerzas.

Paciencia, insiste, en ningún momento pensó que iba a morir.