Algún día llegará 2012. Sí, algún día llegará de nuevo el momento de votar y acudir a las urnas. Una práctica que empieza a parecer demasiado distanciada en el tiempo, con una periodicidad de cuatro años más que cuestionable en la época de la instantaneidad y la revolución digital. Como decía, llegará pronto 2012 y sabremos si Zapatero (aquel que desafió a la bandera americana, a la sección homófoba del cristianismo y al bigote de Aznar) proseguirá en la Moncloa. Previsiblemente, no. Y es que así lo han repetido todas las encuestas electorales que han visto la luz desde mediados del año pasado. Además de la ya famosa cuestión de la sucesión (con Rubalcaba y Chacón como mejor posicionados).
De hecho, aunque muchos socialistas no quieran verlo -o le vean, pero no quieran reconocerlo-, se aproxima una enorme oleada pepera. Nos vamos a hartar de gaviotas a nivel local, regional y nacional. Y, desde luego, tal avalancha del centro-derecha no responde a la gran iniciativa de su líder, Mariano Rajoy, o a la de sus barones. Sino que, básicamente, se debe al descontento surgido entre el electorado de izquierda y de centro (aquel, éste último, que oscila entre el PP y el PSOE). Una consecuencia de la traición de ZP a los principios de la socialdemocracia, a los del socialismo y a los de la propia izquierda.
La gestión de Zapatero de la crisis resultó y resulta nefasta. Como bien dice Iñaki Gabilondo, el presidente de España consideró que tenía las suficientes cualidades para luchar contra la coyuntura económica, pero se vio desbordado por ella. Y, aún peor, aun cree que tiene la capacidad de superarla. Nada más lejos de la verdad. Aunque, más allá de esta simple consideración ególatra, el inmenso error de ZP radicó en la sumisión a los bancos. Zapatero hizo lo mismo que hubiera hecho cualquier dirigente de derechas, hincar la rodilla ante los poderosos. Le dio miles de millones a las entidades financieras y abarató el despido, alegando falazmente que así se potenciaría la contratación -perdonen que me descojone-.
Así, mientras que unos (en otros países) lo hiceron por concordancia ideológica, José Luis lo hizo porque no sabía si existía otra salida o, al menos, ni se lo planteó. Entonces, ¿para qué queremos un dirigente de izquierdas que, en situaciones complicadas, adopta las medidas que cualquier otro de derechas? Los grandes líderes demuestran que lo son en época de vacas flacas, cuando resulta necesario e indispensable tomar grandes y acertadas decisiones. Zapatero en la crisis se ha mostrado hipócrita. Gobernó felizmente una legislatura, potenciando las políticas sociales. Unas medidas que, en cuanto llegó la coyuntura, desaparecieron porque no supo mantenerlas. ZP se vio desbordado y optó por lo fácil. Ahí la traición.
La gestión de Zapatero de la crisis resultó y resulta nefasta. Como bien dice Iñaki Gabilondo, el presidente de España consideró que tenía las suficientes cualidades para luchar contra la coyuntura económica, pero se vio desbordado por ella. Y, aún peor, aun cree que tiene la capacidad de superarla. Nada más lejos de la verdad. Aunque, más allá de esta simple consideración ególatra, el inmenso error de ZP radicó en la sumisión a los bancos. Zapatero hizo lo mismo que hubiera hecho cualquier dirigente de derechas, hincar la rodilla ante los poderosos. Le dio miles de millones a las entidades financieras y abarató el despido, alegando falazmente que así se potenciaría la contratación -perdonen que me descojone-.
Así, mientras que unos (en otros países) lo hiceron por concordancia ideológica, José Luis lo hizo porque no sabía si existía otra salida o, al menos, ni se lo planteó. Entonces, ¿para qué queremos un dirigente de izquierdas que, en situaciones complicadas, adopta las medidas que cualquier otro de derechas? Los grandes líderes demuestran que lo son en época de vacas flacas, cuando resulta necesario e indispensable tomar grandes y acertadas decisiones. Zapatero en la crisis se ha mostrado hipócrita. Gobernó felizmente una legislatura, potenciando las políticas sociales. Unas medidas que, en cuanto llegó la coyuntura, desaparecieron porque no supo mantenerlas. ZP se vio desbordado y optó por lo fácil. Ahí la traición.
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