Asombra mucho escuchar a un alcaldable hablar de su principal adversario sin saña, sin ansias de sangre. Quizás, porque nos hayamos acostumbrado más de la cuenta a ese competitivo juego ruin y zafio que encabeza la clase política española. Una burocratizada casta más preocupada por bailarle el agua a sus mayores y por insultar y denostar al contrario. Quizás (repito), por ello, gusta mucho oír las sosegadas palabras de Jaime Lissavetzky. Un político privilegiado durante los últimos siete años -en los que ocupó el cargo de secretario de Estado para el Deporte- y que ahora debe afrontar una dura batalla por la Alcaldía de Madrid. Con un rival nada fácil de tumbar: Alberto Ruiz Gallardon.
Como decía, gusta escuchar al deportivo Lissavetzky hablar del dirigente popular sin rencores ni odios creados en torno a unas siglas. Por ello, suena extraño oír de un político declaraciones como la siguiente: "No deseo que Gallardón baje puntos de aprecio ciudadano, sino que yo gane puntos y me sitúe por encima de él". Unas tranquiles manifestaciones (afines al resto del discurso del candidato) pronunciadas ayer en el programa Hoy de Iñaki Gabilondo en CNN+; y que, desde luego, arrojan luz sobre una política ensombrecida por una pobre casta burocratizada, endiosada y elitista.
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