lunes, 16 de mayo de 2011

Silencio y en pie que suena el himno

El Staples Center es un espectacular centro comercial al que, en medio, le colocaron una cancha de baloncesto -también empleado en otros deportes-. Ironías a parte, el estadio de Los Angeles Lakers resulta impresionante. Lo que viene a ser un lugar muy a la americana: con sus pubs y terrazas; sus restaurantes de comida rápida, sus stands de información sobre nuevas tecnologías, sus tiendas de venta de merchandising y de productos de un standing algo mayor. Una parafernalia excesiva, con sus luces, música y demás adornos que tanto gustan a los estadounidenses. Allí siempre hay show y, aparte, se juega al basket.

El pasado enero estuve allí para verlo con mis propios ojos [en la foto se me puede ver, junto a unas amigas, haciendo un poco el lerdo]. Jugaban Los Lakers contra Detroit y, la verdad, el partido no resultó memorable. Ganaron los primeros 108 a 83 y, más allá de que Gasol fue el máximo anotador con 21 puntos, poco recuerdo de los acontecimientos que se sucedieron en la pista. Lo ocurrido fuera me llamó mucho más la atención. En primer lugar, la actitud de la afición difiere mucho de lo que se repite en los campos de futbol de Europa. Apenas se escuchaban gritos y cánticos de forma continuada. Aunque, eso sí, tuve la "suerte" de sentarme junto a un hooligan hispano que, ataviado con camiseta sin mangas de Bryant y su correspondiente enorme paquete de nachos y su inconmensurable refresco, alzaba la voz cada tres o cuatro minutos para decir "¡DE-FENSE! ¡DE-FENSE". Junto a él, su pequeño retoño -más cerca de la obesidad que de cualquier otra enfermedad conocida en pleno siglo XXI- devoraba una hamburguesa, para después hacer lo propio con un perrito caliente y, posteriormente, acabar con una bolsa de patatas fritas de tamaño extra-gigante.

Aún así, esas piernas gordotas no le impidieron sumarse a uno de los actos más solemnes que he vivido. Antes de comenzar el partido, el estadio entero enmudeció. Las casi 20.000 personas allí presentes se pusieron en pie, se echaron la mano al corazón y comenzaron a cantar al unísono el himno nacional de EEUU. Era una sola voz. Ese debe ser el patriotismo que enarbolan en Norteamericana y que, con tanta naturalidad, asumen sus ciudadanos. La verdad me pareció impresionante. No sé si es bueno o malo. Pero desde, luego, resulta sobrecogedor.

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