Esos dedos largos, larguísimos, casi infinitos; que ejercen como predecesores de un ritmo interno, intrínseco, propio y auténtico. Y esa sonrisa, perfilada con dientes blancos (blanquísimos), contraste del café tostado de una piel curtida al son del piano. Y ese teclado al que trata con dulzura, al que acaricia como a la mejor amante, a la de toda la vida, a la de siempre, a la de la eternidad, a la que no se olvida, a la que todo lo puede. "Sufro la inmensa pena de tu extravío. / Siento el dolor profundo de tu partida / y lloro sin que sepas que el llanto mío / tiene lágrimas negras como mi vida"
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