Felipe Sahagún, periodista de El Mundo y experto en Relaciones Internaciones, brindaba el pasado 6 de agosto a los lectores del diario de Pedro J. un análisis brillante sobre el estado del poder hegemónico de EEUU. "La rebaja del valor de la deuda estadounidense por Standard & Poor's el viernes y la muerte de 38 soldados -31 estadounidenses y siete afganos- en la madrugada de ayer al ser derribado por los talibán el helicóptero en el que viajaban son dos mazazos históricos al prestigio y a la influencia de Estados Unidos", rezaba el inicio del artículo, en el que se preguntaba Sahagún si este era ¿El principio del fin del imperio?
Lejos de osarse a profetizar sobre la posible caída de USA y el ascenso de China a dicha posición, el redactor de El Mundo enumera las claves de la desaparición de otros Imperios en el pasado y compara esos procesos con la actual posición de norteamérica. Así, Sahagún habla de la España del siglo XVI, de la Francia prerrevolucionaria, del Imperio Otomano y de la verdadera Gran Bretaña. Y, sobretodo, de cómo la evolución de su deuda marcó su futuro.
Pero, evidentemente, para la caída de un Imperio hace falta otro que ocupe su puesto. Ahora dicen que será China. Pero en los últimos 50 años los analistas metidos a profetas ya mencionaron a la URSS, a Japón, a la Unión Europea e incluso a Argentina. Entonces, ¿puede la dictadura China encabezar el mundo? A sus dirigentes les resultará muy complicado; porque todo crecimiento económico viene acompañado de una proliferación de la clase media y, a su vez, de mayores demandas democráticas. Cuando los chinos empiecen a viajar fuera en masa y vean la libertad de otros países, ¿alguien duda que no exigirán lo mismo en su propia casa? Cuando regresen los emigrados, ¿alguien cree que aguantarán perder los derechos de los que disfrutaron en otras naciones? Y, a todo esto, ¿podrá el régimen pseudocomunista aliviar siempre las tensiones nacionalistas e independentistas internas a base de porra?
Hace años, en China resultaba práctimanete impensable -sobre todo tras la matanza de Tiananmen- imaginar que la sociedad se lanzaría a la calle para plantear demandas. Ahora, en la época también de la globalización, el panorama cambió. Las protestas son cada vez más habituales. "Alrededor de 12.000 personas se echaron a la calle el domingo pasado en Dalian -una próspera ciudad portuaria en la provincia norteña de Liaoning- para pedir que una planta química que produce paraxileno (PX) fuera cambiada de lugar, ante el temor de que se produjeran fugas tóxicas", informó ayer José Reinoso en El País, quien resalta el poder de la pujante clase media china. "Que goza de buena situación económica y educación superior y hace uso frecuente de las redes sociales y los teléfonos móviles para comunicarse y organizarse. Además, revela el creciente atrevimiento de la población para pedir a las autoridades que actúen", añade el periodista.
Las revueltas por casos de corrupción política, abusos policiales, problemas medioambientales y expropiaciones forzosas se han multiplicado en apenas dos años. Y la respuesta de la dictadura siempre fue la misma: mano dura. Pero, ¿cuánto aguantará la clase media la represión una vez que consiga la suficiente influencia en el poder económico? ¿cuánto tardará en agarrar también las riendas del poder político? Entonces, ¿China podrá convertirse en la potencia hegemónica a la vez que lidia en sus fueros internos? Por ahora sólo hay preguntas... y muchas. Para las respuestas habrá que esperar más.
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