Lo reconozco. No me gusta demasiado la Fórmula 1. Me parece aburridísima. Y no porque no se produzcan situaciones cargadas de emoción (que las hay); sino porque, durante la mayor parte de las dos horas que dura una carrera, los cochecitos se limitan a dar vueltas uno detrás de otro -sin mayor "riesgo" de que alguno se estampe contra el muro-. A pesar de ello, ayer me senté a ver la carrera de Abu Dabi o, mejor dicho, a ver si Fernando Alonso ganaba el Mundial. Y no lo hizo y, la verdad, tampoco me dio demasiada pena. Sobre todo porque creo que al final conquistó el cetro un equipo que clamó a los cuatro vientos que respetaría las normas del juego pasara la que pasara, que no daría órdenes de equipo para que Vettel se dejara adelantar en caso de que Webber pudiera hacerse con el título acabando primero. Muy pocos les creyeron y muchos repitieron hasta la saciedad que Red Bull terminaría cayendo en la hipocresía. No fue así y ahora esos mismos alegan que no tuvieron la oportunidad. Y... bueno, ahora que lo pienso, realmente, a mí qué más me da.
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