Desgraciadamente, a la hora de explicar la segunda Guerra Mundial se tiende demasiado a reducirla a cifras: más de 65 millones de muertos, 6 millones de judíos exterminados y setenta países implicados. Unos datos realmente escalofriantes; pero que, al no ser más que números, deshumanizan uno de los grandes desastres de la humanidad. En uno de los últimos reportajes que realicé, tuve que ponerle rostro y nombre a las cifras. Aquí os dejo algunos extractos:
Manuel Díaz Barranco tenía tan sólo 18 años el día que llegó a Mauthausen, uno de los campos de concentración que instalaron los nazis en tierras austriacas durante la Segunda Guerra Mundial. Era un 30 de noviembre de 1940 y este hombre, natural de La Línea de la Concepción, se convertía en el campogibraltareño más joven en ser deportado a un centro de exterminio -tras trasladarlo allí desde la prisión de Memmingen en Alemania-. Afortunadamente, Manuel pudo salvar la vida y fue liberado el 11 de octubre de 1944, casi cuatro años después de atravesar el umbral de entrada de Mauthausen y recibir su número identificativo: el 4.543.
La muerte de Miguel Crespo Espinosa tiene tintes aún más dramáticos. Este linense soportó los abusos de las SS durante cinco años -ya que entró en Mauthausen en septiembre de 1940, cuando el enfrentamiento armado apenas llevaba un año- y murió un mes antes de que este campo de exterminio emplazado en Austria fuera liberado por las tropas aliadas.
La muerte de Miguel Crespo Espinosa tiene tintes aún más dramáticos. Este linense soportó los abusos de las SS durante cinco años -ya que entró en Mauthausen en septiembre de 1940, cuando el enfrentamiento armado apenas llevaba un año- y murió un mes antes de que este campo de exterminio emplazado en Austria fuera liberado por las tropas aliadas.
"Nosotros no sabíamos nada de este campo cuando llegamos. Su nombre no nos sugería gran cosa", relataba Rafael Martín, un linense encarcelado en Mauthausen, quien continuaba su escalofriante narración de forma contundente: "Para los SS los prisioneros eran una escoria, un desecho humano. Aunque sentían una especial simpatía por nuestra nacionalidad, ya que valoraban en cierta forma la gallardía con la que habíamos combatido los republicanos en la Guerra Civil".
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