Hasta en el lejano Nipón saben que se avecinan de nuevo dos Clásicos, dos partidos de esos que (se supone) sólo juegan el Barça y el Madrid de vez en cuando; dos enfrentamientos directos, que representan actualmente y excepcionalmente la nueva era. En el tiempo de lo instantáneo, de la hipervelocidad y el consumismo; en la época de lo fugaz y momentáneo; en la etapa de lo efímero; ahí es donde se suceden estas lides futbolísticas, que tienen más de show que de deporte. Acabada una, rápidamente se emprende el camino hacia la siguiente. Casi sin digerir la primera y asumir la segunda.
Poco importan ya los 90 minutos, las carreras por la banda de los tiralíneas, los controles medidos o los pases milimétricos. De nada vale un gol antológico si a las 24 horas de acabar el partido, ya sólo se venden declaraciones y enfrentamientos dialécticos. Así que esos dos Clásicos dejarán en la retina 180 minutos (o más) de juego; y, en la memoria, cientos de palabras bienintencionadas o malévolas. Y extravagancias, peinados y botas carísimas. Y hartazgo de ver y escuchar lo mismo una y otra vez.
Mientras tanto, mientras los millonarios campan por un Nou Camp y un Bernabeu abarrotado; mientras dos equipos artificiales, construidos a base de cheques y talonarios (y créditos bancarios), se disputan la supuesta supremacía del fútbol mundial por enésima vez; el Mirandés recuerda los orígenes y la esencia de este deporte. "En la forma de emplearse de sus futbolistas y de su entrenador, es posible descubrir los valores que tantas veces elogiamos en los grandes héroes del deporte español. Son exactamente los mismos, porque los valores no tienen tamaño, pesan y miden igual en todas partes", dice Orfeo Suárez.
En una Copa del Rey chamuscada, construida a diferencia de Europa, erigida para que los más poderosos pasen de ronda y las complicaciones se le multipliquen a los pequeños. Un grupo de Segunda B afronta una ilusionante pelea. Ellos representan a la verdadera sociedad española, a los que pasan apuros económicos y aman unos colores. Son el sentimiento tribal que aupó este deporte. Son terceros tiempos, rodillas peladas, cánticos de vestuario, entrenamientos después del curro y los estudios; son sueños incumplidos y verdades inasumidas; son mundiales y eurocopas por la tele, campos de futbito en el colegio, copas roídas de la infancia y cromos en un cajón. Son Verdad.
Poco importan ya los 90 minutos, las carreras por la banda de los tiralíneas, los controles medidos o los pases milimétricos. De nada vale un gol antológico si a las 24 horas de acabar el partido, ya sólo se venden declaraciones y enfrentamientos dialécticos. Así que esos dos Clásicos dejarán en la retina 180 minutos (o más) de juego; y, en la memoria, cientos de palabras bienintencionadas o malévolas. Y extravagancias, peinados y botas carísimas. Y hartazgo de ver y escuchar lo mismo una y otra vez.
Mientras tanto, mientras los millonarios campan por un Nou Camp y un Bernabeu abarrotado; mientras dos equipos artificiales, construidos a base de cheques y talonarios (y créditos bancarios), se disputan la supuesta supremacía del fútbol mundial por enésima vez; el Mirandés recuerda los orígenes y la esencia de este deporte. "En la forma de emplearse de sus futbolistas y de su entrenador, es posible descubrir los valores que tantas veces elogiamos en los grandes héroes del deporte español. Son exactamente los mismos, porque los valores no tienen tamaño, pesan y miden igual en todas partes", dice Orfeo Suárez.
En una Copa del Rey chamuscada, construida a diferencia de Europa, erigida para que los más poderosos pasen de ronda y las complicaciones se le multipliquen a los pequeños. Un grupo de Segunda B afronta una ilusionante pelea. Ellos representan a la verdadera sociedad española, a los que pasan apuros económicos y aman unos colores. Son el sentimiento tribal que aupó este deporte. Son terceros tiempos, rodillas peladas, cánticos de vestuario, entrenamientos después del curro y los estudios; son sueños incumplidos y verdades inasumidas; son mundiales y eurocopas por la tele, campos de futbito en el colegio, copas roídas de la infancia y cromos en un cajón. Son Verdad.
Escrito en Tokyo, a las 08:53 hora local.
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