"Hablo con algunos enfermos [de cáncer], animosos o desfallecidos, y les pregunto si existe algo que les sirva de entretenimiento a su postración. Alguien que fue siempre cinéfilo y lector voraz, pero que antes de que el cáncer se ensañara con él me contaba que había perdido la costumbre o la necesidad de ir al cine (solo veía películas en su casa), también el amado ritual de leer el periódico de papel en el desayuno, reemplazó esos libros que siempre subrayaba por tener todos los que le interesaban agrupados en una máquina aséptica llamada e-book. No se desprendía jamás del ordenador y del iPhone y todo en el iPad le parecía fascinante, se había adaptado con celeridad y pasión, sin inútil nostalgia, a la maravillosa tecnología del nuevo mundo. No ha vuelto a recurrir a ella desde que comenzó la batalla contra el depredador. Sin embargo, a veces encendía la televisión creyendo que eso le ayudaría a mantener el cerebro en blanco. Desistió. La generalizada y chillona basura le dejaba aún más exhausto, crispaba su abatido organismo. Prefiere cerrar los ojos, mirar el vacío, dejarse arrullar por los sonidos del silencio. Con el aliento del monstruo en el cogote."
Extracto de Enfermedad, de Carlos Boyero (El País)
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