A Mariano Rajoy, candidato del PP a la presidencia del Gobierno, le dio estos últimos meses por “escribir” un libro sobre si mismo y presentarlo al público a falta de sesenta días para las elecciones generales. Y, será por las encuestas de las últimas semanas, por el olor a victoria, por el azul que ya tiñe la Moncloa o por el himno que resuena en la calle Génova; será porque el 20-N sonríe a los populares; será porque tras ocho años de exilio, la derecha parece que volverá a dirigir el país; o será simplemente porque el Poder hace amigos. Lo cierto es que en esa sala, en aquella habitación donde Rajoy presentó su autobiografía, no cabía un alfiler.
Allí aparecieron los que siempre le han escoltado, los que le apoyaron durante los años de luchas internas y fratricidas; los que no se escondieron cuando Aznar o Aguirre hablaban de imperiosa y necesaria renovación (siempre con ese juego del doble sentido, de la insinuación). Pero en la presentación de En confianza también se encontraban los otros, los que arrimaron el hombro cuando ya sólo las pintaban buenas, los que aguijonearon la credibilidad del líder del PP en época de vacas flacas y que, cuando conocían las cartas, apostaron a mano vista. Precisamente ellos son los que no pueden faltar en este tipo de actos. Sabedores de su curiosa lealtad y cuando apenas restan semanas para el reparto de nuevas carteras, deben reconvertirse. Son los que metieron el turbo; los que nunca fueron marianistas y ahora sí. Esos curiosos 'turbomarianistas'.
A pesar del tradicional hermetismo del PP, tan sólo hace falta remontarse a 2009 para retrotraer las voces discordantes. Jorge Moragas manifestó entonces en su blog la importancia de un “cambio de registro” y Eduardo Zapalana subrayó literalmente la necesidad de la renovación “sin forzar la catarsis”.
A pesar del tradicional hermetismo del PP, tan sólo hace falta remontarse a 2009 para retrotraer las voces discordantes. Jorge Moragas manifestó entonces en su blog la importancia de un “cambio de registro” y Eduardo Zapalana subrayó literalmente la necesidad de la renovación “sin forzar la catarsis”.
Esperanza Aguirre representa un caso aparte. Durante meses tejió un enrevesado entramado de alusiones e insinuaciones, con una única idea en la cabeza: sustituir a Rajoy al frente del PP. El Congreso de Valencia lo ganó Mariano y Espe tuvo que dar un paso atrás. Eso sí, en la hemeroteca quedarán sus palabras. Por ejemplo, cuando los periodistas le insistieron en el programa 59 segundos sobre si su apoyo a Rajoy era absoluto. “Inamovible, inquebrantable, de esta agua no beberé… Pues no, oiga, no”, dijo.
Y es que la existencia de trincheras invita a buscar un bando. Antes o después, uno debe posicionarse en un partido político. Básicamente, porque no hacerlo también implica consecuencias. Una opción que, en el caso de Rajoy, adoptaron algunos opinadores profesionales y tertulianos de televisión. Federico Jiménez Losantos abandonó la crítica y optó directamente por el insulto. Y en el Gato al Agua de Intereconomía evolucionaron de los ataques a Rajoy (cuando hablaban de líder débil e inseguro, con poca capacidad de reacción) a la alabanza continua. Ya saben, esos curiosos 'turbomarianistas'.
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