No resulta generalmente acertado tentar a la suerte. El destino se las sabe todas y aprovecha cualquier ocasión para jugártela. Si hablas con un actor no le desees "buena suerte", echa mano de recursos más escatológicos y aprovecha la ocasión para embadurnarlo con "mucha mierda". Si eres torero rehusa el amarillo y si te llamas Manolete, ni siquiera te metas en el 'fregao'. Lo cierto es que Mark Wilkinson quiso desafiar al sino y guiñarle un ojo a los supersticiosos. Pero, al final, el tiro le salió por la culata.
Este británico compró un yate monocabina y no pudo resistir la tentación de bautizarlo como Titanic II. Quisieron los dioses que, una vez que salió a surcar los mares, no volviera a atracar. El barco se hundió durante su viaje inaugural, como ya lo hiciera su predecesor en 1912. En esta ocasión tan sólo le costó un buen chapuzón a Wilkinson.
Este británico compró un yate monocabina y no pudo resistir la tentación de bautizarlo como Titanic II. Quisieron los dioses que, una vez que salió a surcar los mares, no volviera a atracar. El barco se hundió durante su viaje inaugural, como ya lo hiciera su predecesor en 1912. En esta ocasión tan sólo le costó un buen chapuzón a Wilkinson.
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