20 de mayo de 1992. Tenía cinco años y de aquella final de Champions entre el F.C. Barcelona y la Sampdoria apenas retengo el gol de Koeman y los nombre de la alineación que logró, por primera vez, conquistar la Orejona. En lustros posteriores perseguí con ahinco los cromos y pósters de Guardiola, Stoichkov, Laudrup, Bakero, Salinas y Ferrer; aunque, de ese día de 1992, no recuerdo si vi el partido, dónde me encontraba y, ni siquiera, si ya era culé hasta la médula. Seguramente me hallaba en Tomares (Sevilla), donde vivía por entonces.
17 de mayo de 2006: Tras muchos años de decepciones e impotencia, de lágrimas por ver como caía constantemente el Barça en la máxima competición europea, de observar como claudicaban y fracasaban grandes futboleros como Rivaldo, Kluivert, Ronaldo, Luis Figo, De la Peña, los De Boer, Hagi, Sergi o Amor; por fin el equipo levantó la Copa de Europa. Lo hizo Puyol y yo lo vi en Madrid, en el Colegio Mayor donde estudiaba por entonces. Recuerdo sobre todo el éxtasis del segundo gol, la sensación intensísima que me embargó cuando Belleti introdujo aquella maldita pelota en las mallas. Fue como ver lo imposible, como contemplar lo quimérico. Salté, grité y me emocioné. Nunca más he sentido con el fútbol esa sensación, ni cuando Iniesta consiguió el gol que trajo a España el Mundial.
27 de mayo de 2009: Está vez me encontraba en Bruselas. Los goles de Eto'o y Messi los disfrute -comiéndome las uñas, eso sí, hasta que el árbrito pito el final del partido- en un pequeño bar junto a la Gare de Etterbek. Un pub universitario flamenco, de los poco que había en esta zona (de mayoría francófona, al igual que en el resto de la capital belga). En el mismo escenario donde, algunas semanas atrás, grité como un poseso con el gol de Iniesta al Chelsea. Recuerdo que ese día un amigo y yo éramos los únicos españoles en el bar; y, entre un mar de camisetas y bufandas inglesas, celebré entusiasmado el tanto del de Fuentealbilla. De rodillas y los brazos en alto, mientras el resto del bar miraba. Muchos aplaudieron (serían del Manchester, XD). Y esos mismos tuvieron que sufrir a La Pulga el 27 de mayo. Entonces rieron los del Chelsea.
28 de mayo de 2011: Cuando faltaban apenas un par de minutos para que arrancara la final contra el Manchester, terminé de escribir las crónicas del día. Por ello, la primera parte del partido la vi en la redacción de Europa Sur, en Algeciras. Ataviado con mi camiseta azulgrana, celebré el primer tanto de Pedrito y me resigné por el empate de Rooney. A pesar de esto, la final la viví bastante tranquilo. El Barça estaba jugando muy bien. Y nada tuvo que ver con la final de 2006. Ahora los culés estamos acostumbrados a un éxito mayúsculo, somos -según dicen- el nuevo Ajax de Cruyff, el nuevo Milan de Sacchi, el nuevo Bayern de Beckenbauer. Quizás sea efímero, quizás acabe pronto (seguramente lo hará); pero, ¡joder!, ya llevamos cuatro.
17 de mayo de 2006: Tras muchos años de decepciones e impotencia, de lágrimas por ver como caía constantemente el Barça en la máxima competición europea, de observar como claudicaban y fracasaban grandes futboleros como Rivaldo, Kluivert, Ronaldo, Luis Figo, De la Peña, los De Boer, Hagi, Sergi o Amor; por fin el equipo levantó la Copa de Europa. Lo hizo Puyol y yo lo vi en Madrid, en el Colegio Mayor donde estudiaba por entonces. Recuerdo sobre todo el éxtasis del segundo gol, la sensación intensísima que me embargó cuando Belleti introdujo aquella maldita pelota en las mallas. Fue como ver lo imposible, como contemplar lo quimérico. Salté, grité y me emocioné. Nunca más he sentido con el fútbol esa sensación, ni cuando Iniesta consiguió el gol que trajo a España el Mundial.
27 de mayo de 2009: Está vez me encontraba en Bruselas. Los goles de Eto'o y Messi los disfrute -comiéndome las uñas, eso sí, hasta que el árbrito pito el final del partido- en un pequeño bar junto a la Gare de Etterbek. Un pub universitario flamenco, de los poco que había en esta zona (de mayoría francófona, al igual que en el resto de la capital belga). En el mismo escenario donde, algunas semanas atrás, grité como un poseso con el gol de Iniesta al Chelsea. Recuerdo que ese día un amigo y yo éramos los únicos españoles en el bar; y, entre un mar de camisetas y bufandas inglesas, celebré entusiasmado el tanto del de Fuentealbilla. De rodillas y los brazos en alto, mientras el resto del bar miraba. Muchos aplaudieron (serían del Manchester, XD). Y esos mismos tuvieron que sufrir a La Pulga el 27 de mayo. Entonces rieron los del Chelsea.
28 de mayo de 2011: Cuando faltaban apenas un par de minutos para que arrancara la final contra el Manchester, terminé de escribir las crónicas del día. Por ello, la primera parte del partido la vi en la redacción de Europa Sur, en Algeciras. Ataviado con mi camiseta azulgrana, celebré el primer tanto de Pedrito y me resigné por el empate de Rooney. A pesar de esto, la final la viví bastante tranquilo. El Barça estaba jugando muy bien. Y nada tuvo que ver con la final de 2006. Ahora los culés estamos acostumbrados a un éxito mayúsculo, somos -según dicen- el nuevo Ajax de Cruyff, el nuevo Milan de Sacchi, el nuevo Bayern de Beckenbauer. Quizás sea efímero, quizás acabe pronto (seguramente lo hará); pero, ¡joder!, ya llevamos cuatro.
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