María Dolores de Cospedal (13 de diciembre de 1965) juega en la política española el mismo papel que Groucho Marx en aquella abarrotada habitación de Una noche en la ópera (1935). Tiene la castellano-manchega la incontenible manía de aguijonear la realidad con comentarios perfectamente rebuscados y afilados, al igual que hiciera en el mundo de Entreguerras el comediante norteamericano. Evidentemente, las diferencias saltan a la legua. Mientras que el estadounidense utilizaba sus imposibles metáforas como instrumentos de reflexión, como una pistola que dispara directamente a la conciencia social; la palabrería de Cospedal tiende más a asimilarse a un arma arrojadiza.
Ella habla y dice, argumentando poco; ella acusa y condena, demostrando poco. Ella apunta con el dedo y espera que otros afirmen detrás toda su verborrea de lengua fácil. Debe haberlo aprendido en algunas de las tertulias donde se dejaba ver mucho, como El gato al Agua de Intereconomía. María Dolores se levantó un día, hará ya cerca de un año, y delante de un estrado repleto de periodistas se le ocurrió definir España como un “estado policial” y acusar al Gobierno de espiar a los populares –sería el Watergate a la hispana, el 'Aguagate' (¡oh! volvemos al gato de Intereconomía)-. “Aceptamos barco”, respondieron algunos reporteros; “pero enséñenos las pruebas”, añadieron. El silencio por repuesta. La líder del PP se dejó ese día los papeles en casa e insistió en sus tesis durante semanas, dejando que el tiempo disolviera unas acusaciones gravísimas; perdidas finalmente en un maremágnum político de dimes y dirites.
Pasaron los meses y De Cospedal volvió a hablar. Esta vez en TVE, en Los Desayunos que presenta Ana Pastor. Ante la insistencia y fuerza de la periodista –un carácter que demuestra cada mañana, independientemente de las siglas que porte el invitado del día que corresponda- acusó a los informativos de la cadena pública de manipulación mediática, de defenestrar al PP en el medio. “Acepto barco”, respondió Pastor (con otras palabras, evidentemente); “demuéstremelo”, añadió. “¡Ah!, ¡no! Hoy tampoco traigo papeles”, dejó entrever la popular entonces, sin aportar un solo dato a su denuncia, sin una sólo estadística, sin un solo argumento.
Al día siguiente, a los responsables de TVE les dio por dar a conocer (como cada mes y como cada vez que muestran sus informes ante la comisión del Parlamento) el minutado que los informativos dedican a cada partido. Curiosamente, esa defenestración brillaba por su ausencia y ambas formaciones acumulaban un tiempo prácticamente similar (tanto de temas beneficiosos como perjudiciales). A Cospedal poco le importó; ella insistió en su tesis y las acusaciones terminaron diluyéndose en el tiempo, perdidas en un maremágnum político de dimes y diretes.
El mundo de la política debe caracterizarse –hablamos de un mundo ideal, cuasi fantástico- por la pulcritud y la responsabilidad. Lanzar acusaciones al vuelo no debe ser gratuito. Si a un periodista que publica una información se le debe exigir la capacidad de demostrar su veracidad; a un líder político aún más.
Aún así, la ahora presidenta de Castilla la Mancha juega (y lo sabe hacer muy bien) desde la oposición un papel de soldado de trincheras. Levanta el fusil y dispara, sin apenas mirar el objetivo y sin ser plenamente consciente de a quién alcanzará la bala. Alguna víctima inocente que pasaba por allí se convierte, por tanto, en un mero daño colateral. Ella hace política de palabra, de dialéctica (y todo ello sin ser una parlamentaria relevante, ya que se mueve mejor entre titulares de prensa y sensacionalismo). Esta semana, apenas unos días después de su investidura, decía a una agencia de noticias: “Mi proyecto necesita ocho años”. Puso así la venda en una herida que no existe todavía; porque esa frase sirve básicamente para enlazar la actualidad con una campaña electoral que no se emprenderá hasta dentro de cuatro años; sirve para decirle a los ciudadanos “oye, si no consigo hacer lo que prometí para este mandato es porque no me votasteis de nuevo”; y sirve para continuar desde el Gobierno haciendo una política de lengua fácil, donde ella realmente se mueve como pez en el agua.
Ella habla y dice, argumentando poco; ella acusa y condena, demostrando poco. Ella apunta con el dedo y espera que otros afirmen detrás toda su verborrea de lengua fácil. Debe haberlo aprendido en algunas de las tertulias donde se dejaba ver mucho, como El gato al Agua de Intereconomía. María Dolores se levantó un día, hará ya cerca de un año, y delante de un estrado repleto de periodistas se le ocurrió definir España como un “estado policial” y acusar al Gobierno de espiar a los populares –sería el Watergate a la hispana, el 'Aguagate' (¡oh! volvemos al gato de Intereconomía)-. “Aceptamos barco”, respondieron algunos reporteros; “pero enséñenos las pruebas”, añadieron. El silencio por repuesta. La líder del PP se dejó ese día los papeles en casa e insistió en sus tesis durante semanas, dejando que el tiempo disolviera unas acusaciones gravísimas; perdidas finalmente en un maremágnum político de dimes y dirites.
Pasaron los meses y De Cospedal volvió a hablar. Esta vez en TVE, en Los Desayunos que presenta Ana Pastor. Ante la insistencia y fuerza de la periodista –un carácter que demuestra cada mañana, independientemente de las siglas que porte el invitado del día que corresponda- acusó a los informativos de la cadena pública de manipulación mediática, de defenestrar al PP en el medio. “Acepto barco”, respondió Pastor (con otras palabras, evidentemente); “demuéstremelo”, añadió. “¡Ah!, ¡no! Hoy tampoco traigo papeles”, dejó entrever la popular entonces, sin aportar un solo dato a su denuncia, sin una sólo estadística, sin un solo argumento.
Al día siguiente, a los responsables de TVE les dio por dar a conocer (como cada mes y como cada vez que muestran sus informes ante la comisión del Parlamento) el minutado que los informativos dedican a cada partido. Curiosamente, esa defenestración brillaba por su ausencia y ambas formaciones acumulaban un tiempo prácticamente similar (tanto de temas beneficiosos como perjudiciales). A Cospedal poco le importó; ella insistió en su tesis y las acusaciones terminaron diluyéndose en el tiempo, perdidas en un maremágnum político de dimes y diretes.
El mundo de la política debe caracterizarse –hablamos de un mundo ideal, cuasi fantástico- por la pulcritud y la responsabilidad. Lanzar acusaciones al vuelo no debe ser gratuito. Si a un periodista que publica una información se le debe exigir la capacidad de demostrar su veracidad; a un líder político aún más.
Aún así, la ahora presidenta de Castilla la Mancha juega (y lo sabe hacer muy bien) desde la oposición un papel de soldado de trincheras. Levanta el fusil y dispara, sin apenas mirar el objetivo y sin ser plenamente consciente de a quién alcanzará la bala. Alguna víctima inocente que pasaba por allí se convierte, por tanto, en un mero daño colateral. Ella hace política de palabra, de dialéctica (y todo ello sin ser una parlamentaria relevante, ya que se mueve mejor entre titulares de prensa y sensacionalismo). Esta semana, apenas unos días después de su investidura, decía a una agencia de noticias: “Mi proyecto necesita ocho años”. Puso así la venda en una herida que no existe todavía; porque esa frase sirve básicamente para enlazar la actualidad con una campaña electoral que no se emprenderá hasta dentro de cuatro años; sirve para decirle a los ciudadanos “oye, si no consigo hacer lo que prometí para este mandato es porque no me votasteis de nuevo”; y sirve para continuar desde el Gobierno haciendo una política de lengua fácil, donde ella realmente se mueve como pez en el agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario