viernes, 1 de junio de 2012

España vende su Pasión

"- Escribano, ¿Qué es Racing para usted?
- Bueno... una pasión
- Aunque hace nueve años que no sale campeón
- Una pasión es una pasión
- ¿Te das cuenta Benjamín? El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión"

El secreto de sus ojos (2009)



¡Ay, la guita! ¿Qué tendrá el dinero que todo lo puede, que todo lo amansa, que todo lo domina cual fiera amaestrada? ¿Qué tendrá ese poderoso caballero al que Quevedo llamó Don; ese que compra voluntades, que corrompe personalidades? ¡Ay, la plata!, que dirían los argentinos. Aquellas 30 monedas de plata, aquel Judas y el tintineo de la bolsa; aquella pequeña fortuna que vendió a un tal Jesucristo. Estos 30 millones de euros -curiosa coincidencia, marchamos de treintena en treintena- que transportará a los campeones españoles hasta tierras de Mao y Lao Tse. La Supercopa se jugará en China, reveló hoy la RFEF.

El fútbol nacional decidió venderse al mejor postor, decidió dejarse de tontunadas y echar la mano al bolsillo, que está la cosa mu mala. Que todos sabemos que en este negocio, de humildes metidos a ricos, el whisky sabe mejor cuando es de Malta y el puro se aspira más gustoso cuando huele a Habano y rechina a Revolución Cubana. De nada, señor capitalismo. Que la crisis es la crisis, dirán algunos sabios; que a todos afecta, dirán muchos otros; y que, aunque los millones de las aficiones se repartan cada verano entre representantes y negociantes -todo fluye, Be water, my friend-, algunos aún quieren estrujar más las gargantas del fiel y de la gallina de los huevos de oro (o plata). 

Ni siquiera el socio podrá ya disfrutar de su merecida Supercopa, de esa copa de los campeones. Para nada, ya no será suya sino de otros. "Si ya la tele llega a todos lados", aseverarán. Ya la temporada no empezará en las noches tórridas del verano nacional, en los anocheceres alargados del agosto estival; en las terrazas de los paseos marítimos, en las sillas de playa y con los transistores de pilas de la tienda de veinte duros (ahora llamados chinos, mira tú por donde) pegados a las orejas. Las bufandas no surcarán el viento en Mestalla, Camp Nou o Benito Villamarín; los bocadillos de las tiendecitas rodantes de las afueras del Bernabéu, Sánchez Pizjuán y Vicente Calderón no venderán esos panecillos rebosantes de salami y salchichón. El papel de plata habrá que guardarlo, que hubo quien prefirió lustrar carteras y balances con esa misma plata. Porque, por supuesto, la Supercopa ya no transcurrirá en los campos dónde nació. 

Las bandeloras deberán permanecer guardadas o, como mucho, decorarán los respaldos de sofás y butacones. Y, todo ello, a media mañana, que ya sabemos cómo la gasta esta China, que tiene por costumbre vivir de día y dormir de noche; y su horario, mire usted, nos pilla un poco desfasados. Así que reserven hora a las 12:00, a las 13:00 o vaya usted a saber cuándo; y deje de avistar el mar de reojo y reserve la sombrilla para otro día, que las costumbres habrá que cambiarlas para que la guita llegue al bolsillo de alguno.

Porque la RFEF ha decidido, finalmente (con apoyo de los directivos de los clubs mediante), vender la Pasión. Mejor dicho, la Pasión de sus aficionados; aquellos incapaces de explicar el porqué de su devoción, aquellos incapaces de resumir en una frase qué les mueve hasta el Estadio cada noche -aunque, la mayoría de ellos, se vean abocados a sufrir decepciones cada domingo-. Unos aficionados incapaces de salir victoriosos de ese vano intento, porque el fútbol -como la vida- no puede dirimirse en un par de charletas de media tarde y en un artículo de psicología. Porque el Fútbol es ese niño que acude al campo con su padre por primera vez; aquel jubilado que gasta las tardes viendo como, aquellos que tienen fuerzas, corren la banda por él; es esa noche que se ascendió allá por los sesenta, por los setenta o los ochenta; es aquella década gloriosa de un equipo ahora en tercera; es esa alineación memorizada cuando asomaban pelos en la piernas; ese llanto en el último minuto por un gol que llegó cuando la campanada anunciaba la debacle, o por ese otro tanto que nunca se marcó.

La Pasión no se observa, no se mira, no se explica, ni se resume. La Pasión no se inscribe en un cheque y se manda de paseo hasta las tierras de guerreros con nombres impronunciables. La Pasión no viaja sin viajero. La Pasión se siente. Y, ahora, el Campo no escudriñará la Supercopa con esa Pasión a ida y vuelta; con esos gritos, dedos en el ojo y demás. Ahora, esa Pasión se quedará en casa. Que la vida está mu cara y todos los caminos llevaban a Roma, que no a China (que queda más lejos todavía).

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