
Los focos
mediáticos de medio mundo eligieron la semana pasada a
Oslo como escenario principal. Más allá de la entrega de los anuales
Premios Nobel, la atención de la ciudadanía se centró en una silla revestida con un tapizado azul. En ella debía haberse sentado el galardonado por la Paz,
Liu Xiabo; pero este mero objeto acabó sosteniendo el diploma
acreditativo. De esta forma, una silla vacía se erigió la semana pasada como un nuevo símbolo de la democracia y las libertades fundamentales. Porque en aquella
ceremonia se mostró la verdadera cara de algunos
psudorégimenes democráticos y de
algunas dictaduras consentidas por Occidente.
China no estuvo allí (lo que era de esperar); pero tampoco se dejaron ver los
representantes de
Rusia y
Marruecos. Y mientras las emotivas palabras de los presentes pedían verdadera Justicia,
Liu seguía encarcelado. Quizás no fuera la mejor noche para las relaciones
diplomáticas;
quizás dicho acto tampoco sirviera realmente de mucho; pero,
quizás, desde que esa silla abrió los informativos de
prácticamente todo el planeta, existe una
mayor concienciación sobre lo que significa la dictadura comunista china.
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