Convertir las Fundaciones en negocio es una práctica más que habitual de los ayuntamientos de este país de piel de toro. Aquí, en España, rige un sentimiento despreciable, que aceptan gobernados y gobernantes sin mucha discusión. En esta nación, donde nos preocupamos más de apellidos y contratos absurdos, el dinero público se maneja sin miramientos, sin un control riguroso de las administraciones inmediatamente superiores. Y, como decía, la Fundaciones se convirtieron en el instrumento más utilizado por los Consistorios para repartir el presupuesto entre los "amiguetes". Porque crear este tipo de instituciones supone maquinar la excusa perfecta para colocar a muchos. Hay que poner un presidente, vicepresidente, consejeros y un largo etcétera. Además, también se diseña una nueva plantilla, cuyos salarios correrán a cargo del Gobierno municipal.

La última hazaña de Sostres:
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